Aquel vehículo era el que me traía de vuelta a la realidad todos los lunes. Porque tu buhardilla, tu cama, tu espacio compartido era el paraíso, no era la realidad.
Tú te levantabas a las cinco de la mañana, yo quince minutos más tarde porque no necesitaba tanto tiempo como tú para desperezarme y ponerme en marcha. Salíamos al fresco, al frío, o a la helada de la mañana, llegábamos a tiempo para sacar el billete y nos subíamos al autobús amarillo. Nos sentábamos, nos acomodábamos y nos quedábamos dormidos eso sí....sin soltarnos de la mano. Ese detalle se me quedó, nunca nos dábamos la mano, salvo en esa ocasión, durante todo ese trayecto y dormidos no nos soltábamos, nos aferrábamos a las escasas dos horas o tres que nos quedaban juntos en ese autobús amarillo. Más de una vez nos faltó poco para volver al paraíso por quedarnos dormidos. Tomábamos un café arañando los pocos minutos que nos quedaban, eso tan intangible que es el tiempo...tan intangible sí pero quizá sea el bien más importante que tenemos (aunque mucha veces no nos demos cuenta).
Luego yo me iba al trabajo y tú te volvías a tu paraíso sin mi, que según tú ya no era tan paraíso en solitario...pero era paraíso al fin y al cabo...
...maldito autobús amarillo...cada vez que te cruzo me haces pensar en dos manos aferradas a un tiempo pasado.
El llamado efecto "magdalena de Proust", cuando un objeto nos trae inmeditamente una serie de recuerdos que asociamos a él.
ResponderEliminarY cuantas sensaciones nos trae ese objeto, cuantos sentimientos que creíamos que estaban ahí enterrados y eran solo como un volcán dormido, esperando para despertar de nuevo.